Acabados los sucesos desgraciados en Europa, donde el terror creó un estado de sicosis colectiva incontrolable y donde toda la atención estuvo centrada en cómo se desencadenarían los actos de barbarie, ahora corresponde ordenar las ideas y planear una estrategia frente al flagelo del terrorismo internacional, que, como fenómeno no convencional, está impactando en la sociedad internacional como en ninguna otra etapa de la historia contemporánea. De acuerdo con la ciencia de las Relaciones Internacionales, el terrorismo está clasificado como actor pero -repito- no convencional, porque los grupos extremistas no aceptan ni reconocen como válidas las normas jurídicas que existen para regular las relaciones de convivencia internacional gracias al pacto universal que ignoran. Esto significa que no conocen ni saben de paz, desoyen deliberadamente los protocolos de la declaratoria de guerra, treguas, armisticios y acuerdos. El terrorismo no conoce tampoco de los criterios de negociación, y mucho menos de la máxima de la tolerancia. Su actuación tiene un alcance transversal, porque viene penetrando en todos los espacios del globo, provocando que a estas alturas de la vida internacional, cualquier lugar del mundo se convierta, en adelante, en un espacio vulnerable, es decir, susceptible de padecer la acción extremista. La agenda internacional ha tenido prioridades en las últimas décadas. De hecho, los temas de derechos humanos, narcotráfico, cambio climático y corrupción fueron objeto de una atención máxima por la comunidad internacional. También es verdad que luego de los atentados en las Torres Gemelas de Nueva York, en el 2001, hubo una cruzada internacional encabezada por Estados Unidos para enfrentarlo desde un accionar exclusivamente militar. Eso ya no basta. El inminente encuentro en París para rechazar el terrorismo debe también ser el punto de partida para afrontarlo como la mayor amenaza del planeta en años.

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