No es extraño que sean algunos de los partidos políticos, que aparecen últimos en las encuestas formales, los que hagan proliferar en las redes encuestas de dudosa procedencia que los coloca en lugares preferenciales. Tampoco es extraño que sean estas mismas agrupaciones partidarias las que comienzan a hablar de fraude en los medios que les son afines.

Si creas la ilusión de que has crecido como la espuma y luego sales como perdedor en los resultados oficiales, gritar fraude se cae de maduro. Ya lo hizo hace poco el expresidente Donald Trump, con asalto al congreso incluido. Algunos piensan que si les haces creer que vas a ganar siempre habrá alguien que, por inercia, apuesta a ganador.

Los que entregan alma, corazón y vida en una campaña suelen ser malos perdedores, quedan resentidos tras una derrota. Pero, la democracia no funciona así, el asunto es más deportivo de lo que parece. Se trata de competir, pero luego, cuando el electorado elige, el resto de competidores se unen al ganador porque de su éxito depende el éxito de todos.

A nadie le conviene que, al gobierno, sea de quien fuera, le vaya mal, por el contrario. Sin embargo, cuando la competencia es una guerra sucia, plagada de mentiras e injurias, es difícil reconciliar y lo que sigue es lo que hemos vivido en estos años recientes, el permanente conflicto entre dos poderes del Estado haciendo ingobernable el país.

Esta es la historia que no se puede repetir, menos aún cuando el próximo gobierno recibirá un país desolado, en quiebra y con todas las crisis juntas. Vamos a necesitar mucha tranquilidad política, seguridad y estabilidad jurídica para atraer inversión y trabajo para mejorar nuestro sistema público de salud y educación.