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El incendio que en la madrugada del sábado dejó en escombros el edificio Giacoletti, levantado en 1912 y ubicado frente a la Plaza San Martín, en el corazón de Lima, ha dejado en evidencia una vez más el nivel de vulnerabilidad en que se encuentra nuestro patrimonio, que en muchos casos está en manos de gente que no sabe el valor del inmueble que la acoge; esto, claro, con la venia de las autoridades municipales y del sector Cultura.

Hace cuatro años fuimos testigos de un siniestro similar en un edificio de la Plaza Dos de Mayo que hasta el día de hoy no ha sido recuperado. Ahora hemos visto la destrucción de una maravillosa estructura donde funcionaba una pollería que, irónicamente, contaba con todos los documentos en regla, incluyendo el certificado de Defensa Civil, según ha informado la Municipalidad de Lima. ¿Los responsables de este negocio estarán en condiciones de responder por los daños? Lo dudamos.

El patrimonio de la ciudad y del país debe ser preservado por las autoridades, quienes deberían trabajar en materia de prevención de desastres como el sufrido por esta estructura, que se encuentra allí incluso desde antes de la edificación de la histórica Plaza San Martín. ¿De qué valen las declaraciones, las resoluciones y hasta las placas si no existe un plan para proteger este tipo de edificios?

Estamos por cumplir 200 años de nuestra independencia y es lamentable que por situaciones como esta, en que una chispa que salió de la chimenea de una pollería generó un siniestro, los peruanos estemos perdiendo los vestigios de nuestro origen como ciudad y como país. Es de esperarse que la futura gestión municipal, a cargo del alcalde electo Jorge Muñoz, cambie la situación actual.

Y si esto pasa en Lima, habría que preguntarnos qué está sucediendo en el interior del país, donde el patrimonio se encuentra casi en el desamparo.