Los gringos usan el “watchman” para denominar a la persona que trabaja o es contratada para cuidar uno o varios edificios. El hombre que mira, que sería su traducción literal del ingles, es en realidad la adopción fonética de guach (“watch”, mirar) y “man” (hombre). Preciso de toda esta introducción solo para que quede bien subrayado que en esta tarea de mirones estamos mas o menos abocados el promedio del piurano que tiene algún interés por la cosa publica del lugar donde vivimos. Y de allí que me llame la atención que muchas de nuestras autoridades se estén consolando con cumplir el simple papel de observadores, atentos -eso sí- a advertir cuando las cosas de la reconstrucción no caminen como deben. Y digo consolarse como también podría decirse que la resignación es la actitud que se asume cuando ya perdimos fuerzas y ánimo para obtener la propiedad de nuestro destino. Es bueno acotar que la libertad no es un regalo que nos cae del cielo, toda la historia del hombre en este mundo está marcada por la lucha del hombre por ganarse el derecho a ser libre, a decidir sobre su destino y sus cosas. Entre el vigilante y el observador no hay mucha diferencia. Es casi como hacerse de una bolsa de palomitas de maíz y sentarse en el cine a vivir la vida de otros, de una fantasía o una ilusión, que en 90 minutos nos devolverá a la realidad. Este no es el panorama que nos merecemos los ciudadanos de este lugar. Tampoco se entiende que estemos reclamando a los que creen que con la violencia, quema de llantas y bloqueos se consigue la libertad. La bulla es casi siempre ineficiente si reclamamos posiciones más claras, tonos de voz más firmes y fuertes, y pateadas de tablero si fueran necesarias para que el gobierno central entienda que sí o sí aquí se hará lo que nuestros técnicos han determinado tras solvente conocimiento y no lo que unos improvisados comerciantes de obras de construcción han organizado para llevarse los recursos económicos de nuestros impuestos.