El parecido histórico entre México y Perú es milenario. Aztecas e incas fueron civilizaciones expansionistas dueñas de una riqueza cultural invaluable. Hoy, a poco de cumplirse el bicentenario de la independencia, ambos países son víctimas de un colonizador mucho más fuerte que el español: el narcotráfico. México se ha convertido ya en un narcoestado y el Perú, lamentablemente, le sigue los pasos.
Lo cierto es que desearíamos no parecernos mucho al país de Juan Gabriel, sobre todo en el ámbito político, porque, además de males como la corrupción -que extiende sus tentáculos tanto aquí como allá-, parimos estereotipos que chocan con el sentir de la población.
Nos referimos, específicamente, a la similitud entre las parejas Humala-Heredia y Peña Nieto-Rivera. Por ejemplo, el peruano defeccionó frente a la inseguridad ciudadana, y el mexicano ha cedido ante el crimen organizado y encima plagió su tesis de licenciatura.
Ambos, además, doblegan su autoridad ante sus esposas o simplemente no tienen cómo ponerlas en su sitio. Esto último no debe confundirse con un planteamiento machista ni nada parecido; las cosas como son: el o la cónyuge de un mandatario NO tiene ninguna clase de poder. Por allá, la primera dama hizo alarde de sus “business” comprándose una residencia bautizada sintomáticamente como “la casa blanca”, y aquí Nadine tomó el gobierno y ahorita es investigada por usurpación de funciones y lavado de activos. Habrase visto.
El incipiente mandato de PPK tiene la consigna de impedir que el Perú sucumba ante la corrupción y el infortunio del narcotráfico, como los charros. No hay de otra.