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Hoy se cumplen 463 años de la muerte de San Ignacio de Loyola (1556) -su nombre de pila es Iñigo López de Recalde-, quien fue fundador de la histórica Compañía de Jesús (Roma, 1534), a cuyos miembros se les conoce mundialmente como jesuitas, la mayor orden religiosa masculina católica en el mundo, cuya influyente actividad se extiende a los campos educativo, social, intelectual, misionero, etc. Pero ¿por qué razón es trascendente San Ignacio de Loyola? Veamos. Nacido en Guipúzcoa (1491) y con un destino de vida militar relevante, participando en diversas guerras de su época, pronto se dedicó a la oración, ayunos y penitencias, siendo conocido por sus ejercicios espirituales dedicados, como la contemplación a la vida de Cristo. Los jesuitas se expandieron con su obra por Portugal, India, Indonesia, Japón, China, Brasil y Etiopía. Llegaron a América en el siglo XVI y desde entonces han tenido una fuerte presencia en la educación de la juventud y en el debate intelectual, por lo que fueron absurdamente expulsados en 1767 por Carlos III al advertir su gran influencia, y restablecidos a finales del siglo XVIII. Fundaron colegios y la Universidad San Ignacio del Cusco. En Lima, la prestigiosa USIL conserva en su capilla un resto óseo del santo. La biblioteca del Colegio San Pablo de Lima es la base de la Biblioteca Nacional y la Casa del Noviciado se convirtió con el tiempo en la histórica “Casona” de la cuatricentenaria y monumental Universidad de San Marcos (1551). Volvieron al Perú en 1871 -gobernaba José Balta, quien fue asesinado al año siguiente por los hermanos Gutiérrez- y recién en 1968 fue restablecida la provincia peruana. Pregonaron una reflexión profunda sobre la pobreza en América Latina, sobre todo en los tiempos del Concilio Vaticano II. Actualmente, son más de 170 jesuitas en el país. Cuatro descollantes jesuitas para no olvidar: el papa Francisco, argentino, que hace historia como el primer pontífice de América, y con él, los peruanos Felipe Mac Gregor (1914-2004) y Armando Nieto Vélez (1931-2017), enormes intelectuales de nuestro tiempo que privilegiadamente traté muy de cerca, y con ellos, su eminencia reverendísima Pedro Barreto Jimeno, cardenal del Perú y arzobispo metropolitano de Huancayo.