Primer acto: le roban a los agentes de seguridad del hijo de la presidenta Dina Boluarte. Segundo acto: agreden en público a la presidenta Dina Boluarte. No esperemos el tercer acto, sino que es momento de recuperar el respeto por este país, y un mensaje claro es demostrar autoridad ante los ciudadanos.
Lo ocurrido en Ayacucho no se justifica de ninguna manera. No es posible que la jefa de Estado sea un blanco fácil del ataque ciudadano, por más indignación que sientan. Pero, tampoco podemos exonerar de la responsabilidad a los agentes de seguridad, a quienes supuestamente capacitan para cuidar a la dignataria.
Esta noticia dio la vuelta al mundo no solo porque es una agresión a una mandataria, sino porque remarca un mensaje claro: si se vulnera la seguridad de la más alta autoridad, cómo estará expuesta la integridad de los ciudadanos de a pie. Y créanme que hasta los delincuentes consumen noticieros y se aprovechan de las debilidades del Estado.
¿Creen que al presidente de los Estados Unidos lo habrían jaloneado de esa manera? No. Sólo por vulnerar el Capitolio, los vándalos recibieron condenas de hasta 22 años de prisión. Y la presidenta, guste o no, representa al Perú, a la institucionalidad. Hace años dejamos de aplicar “el ojo por ojo” y nos convertimos en un país civilizado.
Justificar el ataque a la presidenta por las muertes en Ayacucho no es razonable. Para eso existe el debido proceso en los pasillos judiciales, el sistema al que nos sometemos todos los peruanos. Si dejamos de creer en la justicia, entonces vamos camino al despeñadero. Es una lástima que la izquierda se preste para esto.