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Es posible que nos encontremos en un estado de algarabía, que irá mutando en un buen humor crónico para asentarse, finalmente, en una suerte de sonrisa permanente. Es probable que el orgullo nos invada, que la dicha se nos haga común, que el festejo -sea cual sea su móvil- se torne más intenso. Pero, pase lo que pase, sintamos lo que sintamos, seguiremos siendo el país que somos.Y que no se entienda mal, esto no tiene nada que ver con nuestra geografía, con nuestra riqueza, con nuestra comida, ni tampoco con nuestro fútbol (ahora menos que nunca), ni con ninguna de aquellas banderas que suelen enarbolarse cuando se pretende dignificar nuestra esencia, asolapar nuestras taras y camuflar aquellas fisuras que nos siguen desfigurando la dicha.La selección peruana logró lo impensado, no solo nos devolvió a un Mundial, sino que nos regaló la mejor de todas las historias en el escenario más convulso posible. Una historia rica y poderosa, que nos habla de tumbar mitos, de responsabilidad y compromiso, de saberse capaz, de infundir respeto. Perú, representado por ese equipo, halló la mejor de sus versiones en muchos años, nos limpió la cara para el mundo. La sociedad ha recibido el mejor de los regalos en los últimos 36 años, el baño de dignidad que tanto necesitábamos. Por supuesto, todos sin excepción nos sentimos parte de este logro, de esta hazaña y es lo que corresponde, lo que toca. Pero hasta ahí.Ya el Presidente tiene su camiseta personalizada, ya el Congreso y Palacio homenajearon merecidamente a los miembros de esta selección, como la lógica exigía, pero ahora toca rendirle tributo al país enfocando este espíritu redentor en resolver los problemas que siguen aquejándonos. Continuamos siendo el país de siempre, de la desigualdad, de las mujeres abusadas, de la corrupción institucionalizada y la justicia selectiva. El Perú vive momentos álgidos que ensombrecen cualquier contexto. La clasificación es un bálsamo importante, pero, bajo ningún contexto, es un remedio.La euforia nos durará mucho, quizá no termine sino hasta el último partido que Perú juegue en Rusia 2018, pero es importante no perder la perspectiva, no renunciar a la imprescindible capacidad para indignarse porque la realidad así lo impone. Somos felices por este equipo, pero seamos conscientes también de que nuestra sociedad adolece de muchas de sus virtudes. Que esta selección heroica y su logro no se convierta en la cortina de humo involuntaria para asolapar la podredumbre que todavía nos rodea. Todo lo contrario, que sea una suerte de punto de partida para buscar purificar, desde todos los ámbitos, una realidad que viene golpeándonos desde hace mucho.