El Perú está en crisis. Por suerte, se han propuesto soluciones. Es necesario empezar por entender que la causa de todo mal es el modelo económico y que es preciso cambiarlo por uno que esté en las antípodas, como el que se aplicó hace medio siglo con Velasco Alvarado. En esa línea, hay que volver a resaltar, como entonces, el concepto de “industrias estratégicas”. Empezando por las energéticas, para lo cual, es preciso nacionalizar el gas de Camisea, igual que en 1968, cuando se nacionalizó el petróleo de la International Petroleum Company. Luego hay que aplicar una reforma agraria. Mejor dicho, otra. La segunda, porque la primera ya la hizo también Velasco hace medio siglo. Con esto se resuelve –ahora sí, seguro– el problema de la pobreza rural. Y no puede faltar el cobijo, la protección para una industria nacional, “patriótica”, de empresarios “bien peruanos” que crecerán a la vera del Estado y con su bendición. Naturalmente, con un Estado bien intervencionista. Bien “patriota”, pues. Y todo sazonado con buen discurso marxista para mantener vivito y coleando el ambiente de confrontación interno entre pobres y ricos.
Para que todo esto sea factible y los cambios perduren, hay aprobar una nueva Constitución. Una que consigne los instrumentos normativos para dotar de legalidad los despojos y violaciones a la propiedad privada necesarios para hacer posible este nuevo modelo socialista que tanto precisa el Perú. Con ella vigente, hasta podremos resucitar instituciones como la Propiedad Industrial para empoderar a los trabajadores acosta de debilitar al empresariado. Y desde luego, podremos volverá la proliferación de empresas estatales, solventándolas con pago de los contribuyentes. Aunque, pensándolo bien, este cambio ya se hizo con la Constitución de 1979. Aquella que nos condujo al “paraíso” que era el Perú justo antes de que se aplicara el actual modelo económico, allá por los primeros noventas. El modelo culpable tiene los días contados.