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Guste o no, la estrategia de Donald Trump, cargada de excentricidades y mucha polémica de por medio durante toda la campaña de las primarias en los Estados Unidos, le ha dado los resultados que buscaba; es decir, lejos de lo que muchos habían presagiado en el sentido de que su figura se agotaría en el intento, ya es formalmente candidato del Partido Republicano para las elecciones de noviembre en que deberá lidiar con la exsecretaria de Estado, la demócrata Hillary Clinton, para convertirse, uno de los dos, en el 45° presidente del país más poderoso de la Tierra. Sin duda, la propuesta de construir un largo muro en la zona de la frontera con México ha merecido muchísimas críticas por tratarse de una medida de carácter sectaria, impropia de una sociedad internacional donde las fronteras más bien deben ser espacios de convergencia y de integración a partir de la doctrina de las fronteras vivas. En el caso de existir zonas limítrofes complejas por la peligrosidad que en ellas impera, la acción correcta es la de un nivel de coordinación bilateral y no la de carácter unilateral, con signos visibles de intolerancia. Pero igual ese rechazo a Trump no ha jugado en su contra así que habrá que ver la secuencia de actos que vendrán en los próximos meses. Está claro que cuantos más atentados lamentables por cierto se produzcan en EE.UU. y en general en el mundo, promoviendo un clima de inseguridad latente de naturaleza planetaria, sumará en favor de Trump que ya ha aprendido a capitalizar el miedo colectivo. Ni siquiera el esfuerzo de un grupo de activistas de colocar en el Paseo de la Fama de Hollywood un muro de 15 centímetros, con alambres y letreros de “prohibido el paso”, en el mismísimo lugar donde yace la estrella en honor de Trump, podría afectarlo. Contrarrestar a Trump, entonces, deberá suponer a partir de ahora por sus errores, fina acción política.

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