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Distraídos por la coyuntura del frente interno peruano, no podemos obviar la enorme connotación de la celebración planetaria del Día Internacional del Niño, que se acaba de celebrar el 20 de noviembre. Los niños son las personas naturales que merecen la protección por excelencia de la sociedad, del Estado y del derecho por su natural carácter de indefensión. Tengamos presente, en consecuencia, que merecen la mayor protección jurídica y, sobre todo, afectiva en el hogar, pero también en el Estado. En la antigüedad no tuvieron protección especial. En el Medioevo los consideraban “adultos pequeños”. Recién en el siglo XX la Liga de las Naciones -antecesora de la ONU- aprobó la Declaración de los Derechos del Niño (1924), que fue el primer tratado internacional sobre sus derechos. El horror de la Segunda Guerra Mundial, con miles de niños muertos, apresuró la creación del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (1947, Unicef). Un año después, la ONU aprobó la Declaración Universal de los DD.HH., reconociendo que “la maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales”. En 1959, la ONU aprobó una declaración que describe sus derechos en diez principios y sin mengua; además, proclamó a 1979 como el Año Internacional del Niño, con un nuevo enfoque de tratamiento que años después, en 1989, se vio reflejado en la Convención sobre los Derechos del Niño, ratificada por el Perú y que ha sido objeto de las celebraciones hace apenas dos días. Son más de dos mil doscientos millones de niños en el mundo; es decir, más del 39% de la población en el planeta. En América Latina llegan a los 123 millones (niños y adolescentes), pero todavía 7 millones de ellos no asisten a la escuela. En el Perú tenemos unos 7.2 millones, donde de 0 a 11 años son alrededor del 23% de la población total, una cifra que para el Bicentenario podría disminuir al 20.4%. Recordemos que son para el Derecho los inimputables por antonomasia, ya que por su referida indefensión deben estar siempre en la calidad de protegidos. Démosle todas las condiciones para que sean felices, donde sus únicas tareas sean el estudio y el juego.