El Perú necesita una reforma del servicio civil que permita que nuestro país asuma adecuadamente los retos del Bicentenario. Necesitamos un directivo público que motive, coordine y forme a su equipo en técnicas prácticas (sin recurrir al determinismo de los toolkits) que contribuyan a solucionar problemas internos y externos. Tal gestor será capaz de cumplir con las metas públicas que le exige la sociedad mejorando la performance intraestatal. Encontrar el equilibrio entre el paradigma racional weberiano-wilsoniano y las estrategias orientadas al resultado propias del New Public Management es el gran reto para modernizar la capacidad del Estado.

Hay un déficit en la elaboración de soluciones realistas que busquen mejorar el funcionamiento del sistema institucional. La pregunta importante que deben formularse los científicos sociales de nuestro tiempo (y si me apuran, también los políticos) radica en «cómo» mejorar el Estado y los servicios públicos, es decir, «cómo» crear instituciones de calidad.

El ejercicio del poder no es pura geometría. Strauss y Sartori, en sus furibundas críticas al determinismo unidimensional de la ciencia política estadounidense, lo señalaron de manera fehaciente. Es preciso formar a las personas para que tomen decisiones, amparándonos en la técnica, sí, pero también en el método de casos, en la experiencia y en la prudencia política que siempre tiene algo que decir. La pura ingeniería institucional, como lo demuestra la crisis que hoy padecemos, es insuficiente si carecemos de gestores públicos dispuestos a hacer del Estado un agente del cambio responsable. Al fin y al cabo, convertir una democracia debilitada en una poliarquía fuerte y eficiente es tarea de todos. Pero fundamentalmente de esa élite que hoy más que nunca tiene la responsabilidad de liderar.

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