“No con oro sino con hierro se libera a la patria”, dijo ese gran romano que fue Camilo y razón no le faltaba. Todo lo que de verdad importa no se salva por el dinero. Lo que vale de verdad, lo más valioso en nuestras vidas tiene un precio que va más allá de lo económico, un valor que no puede pagarse con todo el oro del mundo. Es un tesoro impagable, una herencia inmerecida, una deuda contraída que toda la riqueza es incapaz de saldar. Cuando el dinero se convierte en la categoría mas importante de la vida, cuando Mammón, el demonio de la avaricia, rige el destino de las gentes, entonces lo verdaderamente importante se pierde en el viento.
Pienso en el marxismo, que parte de esa antropología maniquea donde la economía y las relaciones de producción son la estructura de la vida social. Siendo así nadie puede sorprenderse ante ese diluvio sangriento que es la revolución. También, por supuesto, me viene a la mente la perversión del capitalismo salvaje, que cosifica a la persona considerándola un instrumento al servicio de la riqueza, convirtiéndonos en autómatas que solo nos movemos cuando nos pagan. El relativismo se comprende en este escenario particular donde la plata vale más que la persona, donde el salario es superior a la dignidad.
No con oro sino con hierro es que se salvan las personas. El hierro del carácter, el carácter de aquél que ve lo que otros no ven, de aquél que sueña lo que otros no atinan a comprender y que tiene la fuerza suficiente para lograr sus objetivos. El carácter forja todo lo demás, de él nacen naciones, empresas, vidas logradas. Sólo con carácter salvaremos a ese gran enfermo que es el Perú.