El otro diálogo
El otro diálogo

La gravedad de la crisis política deja cada vez más en claro que el país no saldrá del subdesarrollo si cada cierto tiempo se corre el riesgo de caer en gobiernos que desgobiernan, que generan anarquía y que terminan por destruir lo avanzado con tantísimo esfuerzo.

El desarrollo económico no es un asunto de esporádicas tasas de crecimiento elevadas ni cosa de pocos años. Es un proceso de maduración prolongada del aparato productivo, de acumulación de capital humano de alta competencia y hasta de aculturación de las sociedades, que requiere ser sostenido a través de liderazgos políticos firmes y la adopción de ideas correctas que han demostrado ser el camino hacia el progreso.

En tal contexto, cabe preguntarse si no se hace preciso otro diálogo. No de los que propone este gobierno perforado en su legitimidad por los escándalos palaciegos y la ineficacia en la gestión pública. Pero si se dice que este “diálogo” nació muerto por la ausencia de las dos únicas y reales fuerzas opositoras, ¿por qué no otro diálogo precisamente entre ellas?

Porque más que dar aire a un régimen con envejecimiento prematuro, el problema de fondo que debiera preocupar a los estadistas antes que a los candidatos, es cómo proveer suficiente oxígeno al proceso de desarrollo. Y aquí hay que ser claro: el país no puede aguantar otro salto al vacío como elegir a otro Ollanta Humala, que se encaramó a la Presidencia sobre el discurso anti-empresarial y anti-modelo que le pasó factura apenas iniciado su gobierno con Conga y ahora se la vuelve a pasar con Pichanaki. Y ni qué hablar de otra Susana Villarán.

Sin pretensión de alianzas inmediatas, un diálogo entre el fujimorismo y el aprismo para dar gobernabilidad al país a futuro, sería bien visto por la mayoría del país. Al fin y al cabo, ambos han terminado por representar, quizás sin proponérselo y más allá de sus respectivos pasados políticos, a fuerzas que defienden el modelo económico actual.

La agenda de ese otro diálogo podría ser respetar la actual Constitución, comprometer reformas de segunda generación, promover la inversión privada y el fortalecimiento de la institucionalidad y además, evitar agravios y excesos en la próxima contienda electoral que terminen sembrando un campo minado entre ambas fuerzas. Y por qué no avizorar la posibilidad de una abierta alianza para el bicentenario de la Independencia, al que se podrían sumar otras fuerzas, avanzando hacia un sistema como el chileno. La muestra de madurez política que por años reclamamos.

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