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Cuestionar a quienes se indignan y hasta convocan a una marcha como protesta por la situación que vive Paolo Guerrero carece de fundamento si es que se toma como punto de partida la sensación de que se está cometiendo un acto de injusticia. Cualquier atropello a los derechos debería generar una reacción similar.

Hasta ahí todo bien. Lo curioso viene cuando, haciendo un poco de memoria, nos enfrentamos a contextos en los que una manifestación de indignación se hacía imprescindible; pero en los que, tristemente, la medianía terminó imponiéndose.

Decir que la reacción de la gente no constituye una reacción popular, un clamor nacional, sería faltar a la verdad. Se está amenazando a un emblema del país, se está cometiendo un acto de injusticia con una sanción desproporcionada que, prácticamente, le pone fin a una carrera impecable. Amerita reacción, indignación y reclamo; de eso no puede caber la menor duda. Y es necesario decir ello porque estas líneas no pretenden desacreditar todo lo que la gente trata de hacer con la valiosa intención de ayudar a Guerrero, en absoluto. Es más, la indignación es compartida, más allá de que el propio Paolo y su círculo más íntimo -en el que se ubican sus abogados- haya manejado este caso de manera tan torpe e ineficaz. El fallo que termina dándose es desproporcionado a tal punto que la FIFPro (Federación Internacional de Futbolistas Profesionales) ha expresado su malestar y desacuerdo con los criterios que se han seguido para tomar esta decisión. Pero eso no quita el papel que la gente desempeña en comparación al resto de problemas que atacan a nuestro país.

Es probable que alguien pueda decir que, finalmente, cada uno elige con qué se indigna; ello es lamentable, porque la indignación debería ser cualquier cosa menos selectiva. Bastó que el TAS suelte su fallo para que Eivy Ágreda desapareciera del mapa y se sumergiera en el absoluto anonimato junto a la mitad de su cuerpo calcinado por el arrebato imbécil de un criminal. Martín Vizcarra se reunió con Guerrero y dijo de manera abierta que brindaría todo su apoyo al jugador; mientras eso pasaba, un congresista y general en retiro peruano entraba disfrazado al Lugar de la Memoria (LUM) y manipulaba un video de manera tendenciosa; no lo hizo para que una mujer quede sin trabajo, sino para que un museo sea clausurado y, sobre todo, para que la historia se reescriba con tinta de impunidad. ¿Y dónde se metió nuestra indignación en ese momento?, ¡¿dónde?!

Los problemas del país que ameritan protesta son infinitos y es posible que el tema de Guerrero también destaque como uno que merezca atención. Lo extraño radica en la naturaleza de la molestia. Nadie puede decir que el fútbol es solo un deporte; no existe mentira más grande que esa, pero la dignidad de un país también se mide en función de aquello que lo termina indignando.