El papa Francisco, sin duda es el Pontífice que más lejos ha llegado en la visión renovadora e innovada de la Iglesia sobre la homosexualidad. En su reciente exhortación apostólica “Amoris Laetitia” (La alegría en el amor) no ha tenido reparos en reiterar su defensa al señalar que a toda persona debe valorársela a partir de su dignidad y no por sus tendencias sexuales. Bergoglio ha dicho con firmeza, además, que respecto de los homosexuales, personas varones o mujeres atraídos sexualmente por otras de su mismo género, no puede crearse una carga de discriminaciones y rechazos que son propias de sociedades retrógradas y obsoletas en las que imperaron por muchos años las conductas humanas prejuiciosas e infundadas.

A la Iglesia le ha costado y mucho dar un giro extraordinario sobre su percepción de los homosexuales. Si manejamos una categoría axiológica para nadie es un secreto que existen muchos heterosexuales completamente inmorales y en cambio, hay homosexuales que tienen una conducta intachable. Esa es la verdad

El ecumenismo de la Iglesia nos enseña que por la misericordia de Dios, que es el amor y gracia divinas -estoy usando categorías del pensamiento social de la Iglesia y de su magisterio vistos en su acto interpretativo contemporáneo-, todos los hombres de buena voluntad, sean heterosexuales u homosexuales, alcanzarán la gloria de Dios. Esto último es lo extraordinario y tira al tacho las percepciones negativas que sobre estas personas la sociedad por largo tiempo postergó. La homosexualidad es un estado de naturaleza. Algunos nacen con una carga somática y otros lo son por conducta adquirida y por cualquiera de esas razones, nadie debe rechazarlos.

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