En el país contamos con la novena reserva maderera del mundo. Sin embargo, el país exporta menos en bienes derivados de ese recurso que Chile o Uruguay.

La madera puede darle al Perú un permanente crecimiento en sus exportaciones. No solo vendida en tablas o cuartones, sino también procesada como triplay o partes de muebles o pisos, además de proveer parte importante del oxígeno del mundo, lo que también tiene una significación económica.

Para explotar la madera no hay que depredar el bosque. En Canadá se explota mucho la madera y no se deforesta el territorio. Al contrario, hay que cuidarlo. Hay que ponerle GPS a cada uno de los árboles y hay que tener un sistema de monitoreo que permita saber en cada instante si está o no allí el recurso.

Se estima que un árbol puede crecer en 40 años. Eso significa que 2.5% del área total que posee un país puede ser explotada y reservada los siguientes 39 años sin que se disminuya el potencial maderero.

Tiene además la inmensa ventaja de paralizar la quema de los bosques que se hace por parte de quienes quieren destinar esos terrenos a sembrar panllevar, volviendo estériles esas áreas.

Loreto, Madre de Dios, San Martín, partes de Amazonas, Junín y Pasco podrán tener directos beneficios con una actividad nunca fomentada en serio.

La piedra de toque para que todo camine en paz estará en cómo se hace participar a las comunidades para que también ganen en el proceso y que el bienestar les llegue directamente.

El Perú, como quiso Belaunde, debe voltear hacia la selva, no solo por su agua y la fertilidad de su parte alta, sino también por la inmensa riqueza de sus bosques.