Es la segunda vez que las empresas encuestadoras más conocidas no visibilizan la realidad del Perú rural. El Frepap en enero de 2020 y Perú libre en abril 2021. Ninguna empresa de mercado y opinión pública advirtió un ascenso tan súbito, sólo rumores durante la última semana cuando estaba prohibido publicitar encuestas. Coincido que los resultados electorales del pasado domingo fueron un voto de protesta, pero es un descontento más antiguo que el desempeño estatal en plena pandemia y sus víctimas. Los tres primeros lugares son una clara respuesta de rechazo a una agenda globalista, con candidatos de posturas más radicales que otras.

A tres meses del bicentenario, ni las consecuencias de la Guerra del Pacífico, la aguda crisis económica durante los años ochenta, el terrorismo y ahora la pandemia, son capaces de hacernos enmendar el camino para fortalecer la presencia del Estado a más de mil metros de altura, dónde más allá de una plaza de armas no alcanza para llevar el bienestar general, es decir, los servicios de agua, desagüe, luz, carreteras, gran infraestructura, colegios, hospitales, seguridad ciudadana, oportunidades de empleo y desarrollo. Una brecha de desigualdad tan longeva y profunda en las zonas más altas del país que producen el descrédito de los partidos y la posibilidad de un sistema político más predictivo, para una institucionalidad que todavía parece lejana. Son doscientos años transcurridos sin crear las bases para una República democrática, social, independiente y soberana (artículo 43 de la Constitución). A la fecha, los procesos electorales sólo revisten una formalidad para ser reconocidos como un Estado democrático cada cinco años. En conclusión, el Perú sigue siendo un país ancho y ajeno para comprender y decidirse a resolver los problemas reales que aquejan a sus habitantes.