Hoy nos toca cumplir con nuestro derecho y obligación de sufragar para elegir un nuevo Parlamento. La prerrogativa de elegir y ser elegido sigue siendo una virtud política y la asumimos como una regla incólume de una convivencia nacional inexistente en los regímenes totalitarios como Corea del Norte y en las dictaduras como Venezuela o Nicaragua, en los que está completamente proscrito o es una pantomima de quien detenta el poder. En el Perú tenemos una estructura política sostenida en la Constitución Política como norma jurídica fundamental para la gobernanza nacional y aunque nuestra democracia es imperfecta -también lo es la estadounidense, la francesa o la británica-, la contamos y por eso somos un Estado-nación, independiente y soberano, distinto y distante de los países con autoridades lacayas y serviles a gobiernos exógenos. Somos orgullosos de nuestro histórico pasado precolombino y virreinal, bases de la construcción de nuestra identidad nacional, aún en construcción, y responsables de forjar nuestro desarrollo, en que el tamaño de nuestro destino depende únicamente de los peruanos. No somos, entonces, un Estado fallido, propio de las naciones anárquicas donde la vida diaria se confunde con la barbarie. Aunque nos falta invertir muchísimo en educación -campea la informalidad y la ignorancia-, somos profundamente solidarios como se ha visto con la reciente desgracia en Villa El Salvador donde los donantes de sangre eran incontables. Nos puede gustar o no determinadas medidas políticas pero se dan de acuerdo a la Constitución. Madurez y tolerancia para entenderlas y aceptarlas de lo contrario desbordaremos como en Chile en que no pocos retrógrados parecían salvajes. Por ejemplo, la Corte Suprema del Perú tiró al tacho la institución jurídica del indulto y ha conminado a Alberto Fujimori a morir en la cárcel, consumando una aberración jurídica y un acto de completa injusticia, y debe ser respetado. O el Tribunal Constitucional ha rechazado la demanda competencial sobre la disolución del Congreso, consagrando que se hizo pegada a la Constitución, y ahora solo un orate o un anarquista podría seguir hablando que hubo un golpe de Estado. Porque somos un país lleno de posibilidades: ¡Vamos todos a votar!.

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