Los tuvieron retenidos por cinco horas bajo amenazas y, mostrándoles los chicotes, los obligaron a leer un comunicado en televisión nacional en el que pedían perdón al gobierno de Pedro Castillo por el reportaje sobre su cuñada, Yenifer Paredes. ¿Y si los periodistas no leían el texto? En este momento, quizá, estuviésemos hablando de otro Uchuraccay, como apuntó Rosa María Palacios.

Los ronderos del distrito de Chadín, en Cajamarca, cometieron estos graves actos en contra de la ley el 6 de julio cuando detuvieron al reportero Eduardo Quispe, al camarógrafo Elmer Valdiviezo y a su chofer de la zona, los mismos que estaban recogiendo información acerca de presuntos actos irregulares que ahora alcanzan a la mismísima primera dama, Lilia Paredes. Todo queda en familia, qué duda cabe.

Los periodistas de Cuarto Poder fueron liberados, sin embargo, no les devolvieron los equipos de grabación hasta dos días después gracias a la intervención policial, pero sin que se realizara ninguna detención. Múltiples instituciones han levantado su protesta contra este secuestro que recuerda las peores épocas de la subversión armada. Como bien apuntó El Comercio, estamos ante “el colofón del discurso violentista del Ejecutivo contra los medios de comunicación”.

Sabemos del apego de Castillo Terrones con los ronderos y hasta se jura uno de ellos, empero, resulta inaceptable que en el afán de congraciarse con el maestro chotano, el premier Aníbal Torres menosprecie a la Policía Nacional y a las Fuerzas Armadas poniéndolas por debajo de estos señores armados con látigos, machetes y huaracas. “Ya quisiéramos que la PNP y las FF.AA. brinden la misma seguridad que las rondas campesinas”, expresó “Caníbal”. Una afrenta sin nombre.