La muerte de Roberto Gómez Bolaños, creador de inolvidables personajes como “El Chapulín Colorado” y “El Chavo del 8”, nos recuerda una vez más el fervor con que México trata a sus artistas -en vida y cuando muertos, como en este caso-, a diferencia del Perú, que siempre miró con desdén a quienes son el soporte del alma de todo país: los actores, los cantantes, los escritores, los humoristas y demás.

Por ejemplo, ¿qué fue de la Ley del Artista, Intérprete y Ejecutante? Existe, con reglamento y todo, desde los tiempos de Alejandro Toledo, pero -como tantas otras normas utilitarias- yace en el rincón del olvido; es letra muerta.

No decimos que la tierra de Peña Nieto sea una maravilla; sin embargo, la ANDA (Asociación Nacional de Actores), aun politizada como está, pelea siempre por el respeto y los beneficios laborales de sus agremiados. Allí no vemos a figuras abandonadas a su suerte, ninguna APDAYC presta al avivato o políticos que ganen una curul a costa de promesas de apoyo a los artistas. Un espíritu de cuerpo, léase compañerismo, se impone frente a cualquier atropello de esta naturaleza.

Esta escenografía le ha permitido a México tener una televisión muy comercial (¿cuántas telenovelas llegan al Perú?), un humor de exportación, una música competitiva (la onda grupera es un despliegue de montajes y lujos) y un teatro de primera línea.

No nos parezcamos a los aztecas en los índices de violencia. Imitemos la forma en que dan vida y protegen a los personajes que llevan alegría al pueblo, algo en lo que “Chespirito” era un capo.

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