El asunto del posible plagio de un candidato presidencial en su tesis doctoral me ha suscitado una reflexión acerca de si nuestra gente lo puede considerar algo realmente descalificador.

¿Sorpresa? No si lo miramos bien. O mejor dicho, si nos miramos bien. El Perú es un país mucho menos original de lo que nos gusta pensar que es. Y el peruano, mucho menos creativo que lo que vendemos al mundo. Aquí la copia es parte de la cultura. Se copia desde el jardín de infancia hasta la clase doctoral. Se copia la moda, aunque eso es hasta normal. Pero se han copiado leyes de otros Congresos pasándose como “propias”. También se copian instituciones completas. Y cómo no, también se copian planes de gobierno.

La televisión y el espectáculo han sido especialmente prolíficos en las copias desde hace sesenta años. Se han copiado aquí desde los formatos de programas de espectáculos mexicanos hasta los noticieros estadounidenses. Lo mismo ocurre con la publicidad. Y ni qué decir con el fútbol: si aquí las microscópicas hinchadas peruanas se copian todos los cánticos de los equipos argentinos.

Pero vamos más allá. ¿Alguien no ha comprado un DVD en copia pirata a tres mangos para ver su película nominada en la comodidad del hogar? ¿No es cierto que gran parte de nuestra industria textil surgió a base de copias piratas de marcas de alto prestigio? ¿No es acaso cierto que gran parte de nuestro capitalismo emergente ha surgido con base en la “institución de la invasión” -otra forma de plagio, por cierto- amparada por funcionarios del propio Estado? ¿Y no hemos estudiado todos con libros fotocopiados incluso en máquinas instaladas en las mismas universidades que se declaran contra el plagio?

Más allá de lo deplorable que a algunos nos pueda parecer el plagio académico, no es menos cierto que todos, de una u otra manera, convivimos con él. Por ahí que nuestro sorprendente electorado, en vez de rechazarlo, lo tome como representativo.

TAGS RELACIONADOS