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Esta semana miles de personas se enfrascaron, en cuanta red y círculos sociales encontraron, en discusiones sobre el discurso ambientalista de Greta Thunberg y su estilo, que por aquí podríamos calificar de “pechar” a los líderes mundiales. Encandila, conmueve e inspira a muchos, y genera reacciones adversas y burlas en otros tantos, como suele pasar con temas tan polémicos como la relación entre el desarrollo y el medio ambiente, o el rol de los niños en activismos, sea por cuenta propia o de terceros.

Gente entendida, como el ambientalista danés Bjorn Lonborg, ha cuestionado los fundamentos científicos sobre los que ella basa su reclamo de renunciar casi inmediatamente a los combustibles fósiles. “Poner fin al uso mundial de combustibles fósiles para el 2028 es una tontería. La energía verde no está lista para ser la alternativa”, señala Longborg. Y cuestiona que se diga que las personas estén “muriendo” por el cambio climático, cuando la reducción de la pobreza, lograda en parte por una mayor disponibilidad de energía, permite que menos personas mueran debido a fenómenos naturales que antes. Una larga discusión entre entendidos, pero de lo que no hay duda es de que ningún país que aspire a solucionar los más urgentes problemas de sus ciudadanos va a abrazar los términos de Thunberg. Ilustrativo es en ese sentido el pragmatismo del primer ministro canadiense Justin Trudeau, quien ganó popularidad prometiendo drásticas reducciones de emisiones y restricciones a proyectos de hidrocarburos. Ya en el poder otro fue el cantar y lo acusaron de traicionar a los que creyeron en la prometida transformación radical del “adonis ambiental”, mientras su partido “aseguraba a los grandes intereses del gas y el petróleo que no habría mayores cambios”.
Greta Thunberg debe ser consciente de que lo suyo no es el rigor científico de lo que dice. Su mérito comunicacional es haber logrado conectar con un público no representado que esperaba a alguien que incomode a los líderes de la manera que ella hace desde la superioridad moral de una niña. Es una forma potente de representar y de ejercer un poder no formal que hoy no se reconoce en estructuras formales como la de NN.UU., y que existe al margen de los propios estados. Esté equivocada o no, sea por un ideal o una simple estrategia, el poder tiene otros rostros.