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Líder indiscutible al interior de la poco lúcida clase política rusa, en realidad Vladimir Putin no tiene rival que pudiera desequilibrarlo y si lo hubiera, estaría neutralizado. Osado, en un santiamén decidió la anexión para su país de la península ucraniana de Crimea, pisoteando el derecho internacional con una intervención militar arbitraria rechazada por la ONU. Poco le importó la reacción estadounidense y de la Unión Europea, que decidieron sanciones económicas para Moscú, y hasta tuvo maña para conectar con el hoy presidente electo Donald Trump. El resultado de lo que va del conflicto en Siria lo ha empoderado. Se ganó al tirano Bashar al-Assad, al que apoya de un lado, para que EE.UU. no lo derroque, como ha querido desde el final del primer gobierno de Barack Obama, y ahora valiéndose de los rebeldes y de otro para que mantenga intacta su poderosa presencia en el Medio Oriente con la base naval que cuenta en Tartus y, con ello, ampliar su radio de influencia en la región. Putin manejará a su antojo al gobierno del turco Tayyip Erdogan que, luego del asesinato del embajador ruso en Ankara, no ha podido explicar el magnicidio. Putin está de moda y hasta Forbes, por cuarto año consecutivo, lo califica como el personaje más poderoso del planeta. Vino a Lima para la APEC y se lo vio altivo en ese efímero encuentro con el saliente presidente Obama. El mandatario ruso tiene poder pero regional, que es distinto al poder planetario de EE.UU., pero eso a él no le importa, tanto que ahora habla del reforzamiento nuclear frente a las nuevas amenazas mundiales como para que Washington tome nota. Finalmente, Putin aún no sabe si podrá engatusar a Trump, que le siguió el juego en la campaña diciendo que lo admiraba con el objetivo de derrotar a Hillary Clinton. Veremos.