El papa Francisco no acostumbra recibir premios, pero acaba de hacer una excepción. Ha aceptado el premio Carlomagno 2015 pensando en una Europa sumida en una crisis a todo nivel, a la que habrá que inyectarle algunas dosis de paz y unidad. El premio lleva el nombre del afamado emperador medieval Carlomagno (742-814 d.C.), rey de los francos, hijo de Pipino El Breve y nieto de Carlos Martel, y no es una casualidad que así se llame. Carlomagno inició un proceso en que se produjo un resurgimiento de la cultura y las artes y lo hizo de la mano con la Iglesia promovido por su fe para el afianzamiento del Cristianismo. De hecho, el papa León III que lo ungió emperador coadyuvó en la gran obra carolingia de sentar las bases para una Europa renovada luego de grandes fracturas producto de la desmembración del imperio Romano en 476 d.C. y la incursión anárquica de los pueblos bárbaros, en gran parte del continente que la propia Iglesia Católica tuvo que cultivar lentamente. Carlomagno o Carlos El Grande buscó que Europa, a la que prácticamente conquistara por todas sus fronteras, tuviera su identidad propia y aunque en aquella época combatió ferozmente a los musulmanes que buscaban ingresar e instalarse en el Viejo Continente, hoy el papa Francisco más bien invoca en esos territorios la tolerancia hacia el islam a partir del ecumenismo. El papa Bergoglio se vale del impacto de la figura de Carlomagno, considerado el padre de Europa, y lo relieva en estos tiempos en que aún se imponen la falta de acuerdos europea sobre cuotas para atender a los migrantes, el enfrentamiento de la crisis económica o el terrorismo.