Cada día que pasa va quedando más claro, incluso para los que apoyaron su candidatura surrealista, que el profesor Pedro Castillo no está capacitado para ostentar el cargo de presidente del Perú, y que jamás debió pasar de su condición de agitador o de dirigente de sindicato radical donde las cosas se manejan con total irresponsabilidad a punta de consignas “clasistas y combativas” y al amparo de la formulación de pliegos de reclamos irrealizables.

Lo vemos en los dos gabinetes que ha formado el presidente Castillo en menos de 100 días. ¿Qué mandatario es ese, que es capaz de nombrar como titular del Consejo de Ministros a un personaje como Guido Bellido, o a Iber Maraví en una de las carteras del Poder Ejecutivo? Ellos ya no están, pero hasta hace pocas horas sobrevivía el abogado cocalero Luis Barranzuela, al que se mandó a su casa por una parranda y no por su defensa de la hoja de coca ilegal ni por la fuga de “Los dinámicos del centro”.

Tenemos a turbas de delincuentes atacando la actividad privada que opera dentro de la legalidad y la llevan a parar sus actividades. Sin embargo, el mandatario se mantiene ausente, mudo y sin dar la cara y sin salir públicamente en defensa de la legalidad y el orden público. Nada, cero. El Perú camina hacia el caos y el desmadre, pero la principal autoridad opta por mirar al costado y solo mandar uno que otro tuit, como si esta fuera una forma de gobernar un país en crisis.

Es evidente que a casi 100 días de su administración, el presidente Castillo no da la cara ni responde preguntas de la prensa por su poca capacidad para referirse a temas de Estado y defenderse de los múltiples cuestionamientos que hay sobre su gestión, comenzando por sus nexos con el corrupto Vladimir Cerrón, el hombre que no iba a ser ni portero en un gobierno de Perú Libre, pero que a la larga terminó poniendo a Bellido en la PCM y a Barranzuela, su abogado, como ministro del Interior.

Con un presidente escondido debajo su sombrero en Palacio de Gobierno, la sensación es que el país camina sin rumbo en medio de todos los problemas agravados por la pandemia. El Perú necesitaba un estadista para hacer frente a una crisis monumental, pero ahora está en manos de una persona que con toda seguridad, ni sabe cómo ha llegado al cargo y no es capaz de convocar a su alrededor a gente que al menos trate de suplir sus graves carencias de liderazgo.