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Recientemente asistí a la recepción que ofreció la Excelentísima señora, Gwyneth Kutz, embajadora de Canadá en el Perú, al conmemorarse un aniversario más del día que recuerda la autonomía de este país del Reino Unido, en 1867. El acto protocolar impecable. La embajadora estuvo acompañada en el recibimiento a los invitados por los miembros de la Misión que preside. Todos circunspectos y solemnes. Como muchos, hice lo propio de saludarla en el ingreso al recinto. Al término del saludo, cuando ya se había percatado que todos los invitados o por lo menos la inmensa mayoría había llegado, la embajadora, siempre con su equipo, se dispuso a pasar hasta adelante del amplio y bello jardín de su residencia para entonar con los invitados, los himnos nacionales de Canadá y del Perú, dando inicio al acto formal.

Hicieron uso de la palabra sucesivamente la embajadora, por supuesto, y nuestro ministro del Interior, José Luis Pérez Guadalupe, como máxima autoridad nacional allí presente. Todo se desarrolló dentro de la normalidad que en este tipo de recepciones suelen ofrecer los Estados acreditados ante el Gobierno del Perú, generalmente en la fecha de sus aniversarios nacionales. Luego del brindis que realizó la anfitriona, Sra. Kutz, técnicamente concluyó la etapa eminentemente protocolar y de las debidas formas en que suele recordarse las bondades de la relación bilateral.

Todo iba bien hasta que avanzada la celebración, vi entrar raudo al presidente del Consejo de Ministros, Pedro Cateriano. Había llegado notoriamente tarde. En diplomacia, los tiempos y las formas son relevantes. Sencillamente no debió asistir. Alguien de la Cancillería debió alertarlo. En diplomacia, la imagen importa y mucho, por lo que los ministros de Estado que tendremos en poco tiempo, quieran o no, deberán estar instruidos en derecho diplomático.  

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