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La tendencia era votar a favor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Lo que acaba de suceder en la isla anglosajona refleja el carácter imperfecto de la democracia. Me explico. Debe respetarse la voluntad popular sobre todas las cosas, pues no existe nada por encima del soberano que es el pueblo, pero la mayoría no siempre tiene la razón y cuando eso sucede los costos suelen ser enormes. Si mi bisabuelo británico estuviera vivo, quedaría impactado por una realidad impensable en su época de comienzos del siglo XX, donde los esfuerzos de la longeva reina Victoria, durante todo el siglo anterior, buscaron consolidar la unidad del reino y de sus intereses. Los jóvenes han decidido el destino económico del RU, ganándolos su activismo espontáneo motivado por los viejos nacionalistas que aún existen en el macro Estado de la actual reina Isabel II.

Por lo pronto, nada ha podido revertir la estrepitosa caída de la libra esterlina y junto con ella, la del primer ministro David Cameron, que nunca pudo eludir su temeraria promesa de campaña para hacerse del cargo. En efecto, fue una promesa riesgosa que lo acaba de sepultar políticamente y es probable que su calidad de líder debilitado lo lleve a dar un paso al costado. El Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, su nombre oficial, que comprende una población de cerca de 65 millones de habitantes, no advierte un frente interno en normalidad. Los países que lo comprenden, que son Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte, tienen intereses contrapuestos. Por lo pronto, los escoceses anuncian querer seguir en la UE y harán cualquier cosa para conseguirlo. El panorama también es delicado para la propia UE y en su sede de Bruselas deberán ser precavidos por la amenaza del efecto dominó de este nuevo gris escenario europeo. 

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