Incluso en un club de barrio al jefe se le escucha. Es norma elemental de educación, respeto y atención. La Constitución señala que el Presidente de la República no solo representa, personifica, a la nación, un grado más para su dignidad y para la consideración debida. Nadie más alto en la escala de las reverencias, pues le hemos transferido soberanía y concedido la inmensa facultad de dirigir nuestros destinos.

Muchos pensamos que el discurso de Ollanta Humala del 28 de julio fue incompleto, débil y falto de optimismo. También debe haberlo sentido él cuando quiso completarlo en un ambiente menos solemne y permitió al pueblo ingresar al patio de Palacio para dar un mensaje más ligero, pero no menos importante.

El conjunto de ministros es una segunda línea que defiende, argumenta, respalda y difunde lo dicho por el Mandatario. Los ministros salieron rápido siguiendo al gobernante. Ya en Palacio asistieron al segundo discurso, pero solo algunos se comportaron bien; los que estaban atrás cual adolescentes bulliciosos, sin tino ni cuidado, le dieron la espalda cuando se dirigía al pueblo y se dedicaron a tomarse un selfie para el Facebook o para el recuerdo. No esperaron al fin del acto, conmovidos como estaban por su rol ante la historia. Pero la toma del selfie pasará a la historia de la indignidad. Muchos han preferido callar ante este signo de deterioro de autoridad de un gobierno al que le quedan 12 meses de responsabilidad, dignidad y eficiencia. Echaron esta misión por la borda, sin escuchar al gobernante dieron una mala instrucción moral a la nación. Quien la personifica no vale ser escuchado. No deben continuar.