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La abrupta caída que ha sufrido la percepción del presidente Vizcarra en el último mes es, muy probablemente, producto de su excesiva preocupación por salvarla. No es cosa de todos los meses caer 12 puntos en popularidad. Esto, por supuesto, tiene que ver con el enrevesado conflicto en Las Bambas, que hace días cubre portadas. En una encuesta publicada el pasado domingo por el Instituto de Estudios Peruanos, el 44% de los encuestados en el sur del país califica como “muy mala” la forma en que el Presidente viene lidiando con los conflictos sociales, mientras que solo un 4% de los encuestados considera que lo está manejando “muy bien”.

¿La baja popularidad de Vizcarra se debe, entonces, a cómo ha reaccionado frente al conflicto? Yo creo que se debe más a su inacción que a una reacción. En su afán por mantener simpatía ante la imagen pública, ha optado por agacharse, desasociarse y exhalar declaraciones gaseosas. Los peruanos, sin embargo, queremos un líder que se embarre los zapatos y se ensucie las manos por resolver los conflictos sin mancillar su rectitud. No creo que sea mucho pedir, pero definitivamente implica un reordenamiento en las prioridades del Presidente, en donde debe postergar la relevancia de su imagen ante el público, y su accionar debe cobrar preponderancia.

El Gobierno tiene la obligación, ante todo, de recuperar el principio de autoridad que le corresponde. Es inaceptable que a tres ministros de Estado se les lance una piedra. Más inaceptable aún es que la respuesta del Gobierno nos lleve a todos a preguntarnos: ¿quién pone las condiciones acá?, ¿quién lleva la sartén por el mango?

En el Perú tenemos mucho miedo a repetir errores del pasado. Y si bien en conflictos de esta naturaleza debemos andar con pies de plomo, eso no quiere decir que el Gobierno no pueda tomar acciones contundentes para orientarnos hacia un norte claro.

¿Diálogo? Por supuesto. Pero no con delincuentes.