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“Si nuestro hijo Antuku estuviera aquí, nos ayudaría. Un día me dijo: ‘Hablar aimara es vergonzoso’. Ojalá algún viento pueda traerlo de regreso a casa”. Diálogo del abandono, la soledad, pero al mismo tiempo de la esperanza, esa que nunca se acaba y que permite a quienes sufren seguir viviendo. Rosa y Vicente, dos ancianos hablando en aimara en las alturas, a 5000 metros sobre el nivel del mar, cerca del nevado Allincapac, en el distrito de Macusani, Puno, lugar donde se rodó Wiñaypacha. Actores no profesionales brillaron y transmitieron todas sus emociones en la primera película filmada en lengua aimara que es oficialmente precandidata a los premios Óscar y Goya 2019, decisión que fue anunciada por el Ministerio de Cultura, luego de un estricto sistema de votación en el que participó un comité conformado por 16 representantes de gremios y asociaciones cinematográficas del país. ¿Y por qué es importante que la cinta dirigida por Óscar Catacora haya sido considerada por unanimidad como nuestra representante en tan difícil preselección? Porque reafirma nuestra identidad ante el mundo, y de paso ante nosotros mismos, por si la hemos olvidado. Nos recuerda lo que somos, lo que muchos no queremos ver, ni escuchar. Porque por fin una película se atreve a hablar en un idioma que es la tercera lengua del país, por número de habitantes que la usan. En el diálogo de Wiñaypacha se habla de “vergüenza”, la causa por la que los protagonistas sienten que todos se van de sus pueblos para olvidarse no solo de su idioma, sino de sus raíces y de sus padres. Pero el joven director de la película no la tuvo; al contrario, se enfrentó a todo, hizo su parte, logró que esta propuesta viajara desde las alturas y rompiera prejuicios capitalinos, de distribución, del desprecio de una élite que, aunque no lo diga, ni admita, mira por encima del hombro cualquier proyecto cinematográfico que venga del interior, y mucho más en aimara. En tiempos en los que hasta la publicidad “se esmera” en revivir sin escrúpulos el racismo que está latente en la sociedad -recordemos el spot del colchón y la jovencita blanca con la afroperuana-, es motivo de celebración que esta película, que cuenta una historia sencilla, humana y que conecta con los sentimientos más nobles, inicie su viaje a un sueño: el reconocimiento mundial. Se lo merece todo y más.

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