Un día como hoy, el 28 de octubre de 1746, Lima fue estremecida por el más violento terremoto que recuerda su historia. En efecto, eran las 10:30 de la noche y el recio movimiento telúrico llegó hasta los 9 grados en la escala de medición de esa época.

Le siguió en el Callao, un feroz maremoto que prácticamente lo arrasó. Nunca antes Lima, que por ese año ya tenía unos 60 mil habitantes, había sido objeto de un evento de magnitudes apocalípticas, según las narraciones recogidas por el Marqués de Obando, que se dedicó a recopilar información sobre el epicentro del terremoto y la dirección que siguió la onda sísmica.

Para 1746 ya había transcurrido casi un siglo desde que la sagrada imagen del Señor de los Milagros, pintada por un esclavo mulato angoleño en un muro de adobe en 1655, sorprendió a los feligreses y enmudeció a los incrédulos, al no haber caído por el sismo de ese mismo año. Tampoco se desplomó la pared con la imagen del Cristo Moreno por el terremoto de 1746.

La devoción por el Cristo de Pachacamilla, entonces, siguió en aumento, y por haberse mantenido el muro en pie, en 1746, se decidió que todos los 28 de octubre como hoy, también quedará perennizado para llevar en hombros al Señor de los Milagros por las calles de la Ciudad de los Reyes. La procesión había cobrado enorme fama en la sociedad del virreinato, muy pegada a las prácticas religiosas, llegando a Lima gente de fe y curiosos de todas partes del continente y del mundo.

El santuario de las Nazarenas, donde se encuentra el milagroso muro -en el Altar Mayor-, fue fortificado gracias al virrey José Manso de Velasco, Conde de Superunda, y desde entonces, junto a la peregrinación a la Basílica de la Virgen de Guadalupe, en México, es una de las más grandes manifestaciones de fe del catolicismo en las Américas.

Aunque este año por la pandemia participamos de una procesión virtual del Nazareno, se trata de un patrimonio de todos los peruanos, que se preserva incólume como una de las más grandes tradiciones religiosas del país a lo largo de su vida virreinal y republicana, por lo que debe contar un lugar preeminente en la celebración del Bicentenario del Perú.