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La Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los EE.UU. lo tiene claro. Su director, John Owen Brenna, acaba de declarar que la posibilidad de que sucedan atentados terroristas en Occidente es cada vez más lógicamente posible; sin embargo, lo que no parece serlo es la calificación de un acto terrorista. Hay una persistencia -quizás por asuntos de puro matiz político que tanto interesa a los demócratas con el propio presidente Barack Obama a la cabeza- de considerar una acción como tal por la demostración de la evidencia material de una conexión lógica entre el autor material del acto y quien lo haya planeado, sea el autor intelectual que en nuestro país denominamos autor mediato. Es un gravísimo error y lo hemos visto recientemente en el mismísimo gobierno estadounidense que lo ha venido sosteniendo en el caso del asesino de Orlando, Omar Seddique Mateen, hijo de padres afganos, de quien más destacan su posible carácter homofóbico que su ratio esencial de terrorista. Lo que no debe perderse de vista es que el terrorismo no tiene fronteras. De una fase inicial localizada en el Medio Oriente, pasó notoriamente a Europa, cruzó el Atlántico y atacó en Nueva York y Washington en 2001 y ahora está diseminado por el mundo. La globalización no es un proceso exclusivamente del mundo convencional. También incluye a los actores inorgánicos que son los terroristas, cuyos atentados los pueden perpetrar en lugares menos sospechados por la seguridad y la inteligencia más adelantadas e incluso pueden actuar a partir de lo absurdo e inconsistente. El terrorismo ahora cuenta con un arma superior que resulta complejísimo de neutralizar: el internet, cuya influencia entre los fundamentalistas extremistas en el mundo por ahora no hay manera de cómo detener.

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