El “Tucán”, como llamó el genial humorista nacional, Sofocleto, a Luis Bedoya Reyes, ha alzado vuelo hacia el cielo infinito. Vivió 102 años. Curiosamente, mientras su nacimiento, el 20 de febrero de 1919, coincidió con los revoltosos últimos meses del segundo gobierno de José Pardo y Barreda (1915-1919), interrumpido por la llegada al poder de Augusto B. Leguía, cuyo oncenio (1919-1930), sería prácticamente el lapso de toda su niñez, la muerte de Bedoya se produce a pocos meses -noviembre de 2020- de que el Perú viviera también otro virulento episodio político en que contamos tres presidentes en solamente una semana. Con esta coincidencia de furia y polarización políticas, al nacer y morir, también siguieron a lo largo de su intensa existencia como actor relevante de nuestra vida nacional. Bedoya, un político por antonomasia, no fue el único de gran connotación en nuestro país. Conoció e interactuó con respeto en las diferencias ideológicas -una práctica en desuso en la actualidad-, a la enorme figura de Víctor Raúl Haya de la Torre, uno de los dos más grandes pensadores políticos que tuvo el Perú durante el siglo XX -el otro fue José Carlos Mariátegui-. En efecto, el Partido Popular Cristiano, y Bedoya, su fundador, reconocieron la trayectoria política de Haya al asentir con su renuncia a las negociaciones y pugnas por ganar la mesa directiva, para que el líder histórico del APRA fuera elegido sin problemas presidente de la Asamblea Constituyente en 1978 y que sancionó al año siguiente, la Constitución Política con la que volvimos a la senda de la democracia. Pero Bedoya, que fue un actor político franco, directo y sin pelos en la lengua, tuvo detractores que lo temieron a morir. Es verdad que su fino sarcasmo también contribuyó a las conspiraciones en su contra, pero sobre todo, el miedo de que su innata sagacidad política con verbo letal acusaba el inexorable epitafio político de sus rivales que preferían evadirlo. El retorno de Belaunde del exilio (1980), y la emersión de Alan García (1985), el mayor orador del continente en décadas, fueron sus mayores óbices para lograr la presidencia del Perú las dos veces que candidateó. Así es la política. Hay que oficializar ¡Duelo Nacional por su partida!.