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Que en Lima no haya ganado alguno de los candidatos preocupantes no significa que el domingo no se hayan tomado “malas decisiones”. En Chorrillos ganó Miyashiro, en San Juan de Lurigancho triunfó un protagonista de los audios de la vergüenza y en Puno salió Aduviri, por poner algunos ejemplos.

Con estas “malas decisiones” viene siempre el insulto de aquel votante que se considera instruido y culto contra el votante ignorante e imbécil. Pero, ¿es este un reproche válido?

En la teoría de la elección pública se le llama “ignorancia racional” a la decisión del ciudadano de no informarse suficientemente cuando el costo de hacerlo es mucho más alto que el beneficio que traería, tomando en cuenta que cada persona considera que su voto individual no es suficiente para determinar una elección.

Aterricemos esta teoría usando Lima como ejemplo. Para emitir un voto informado de veras, un limeño tendría que haber leído los planes de gobierno de los 20 candidatos, visto suficientes entrevistas periodísticas, seguido con cautela los hechos noticiosos y así.

¿Es esto mucho pedir? Por supuesto que sí. Para hacer todo esto, el votante tendría que haber sacrificado su trabajo, sus estudios o las pocas horas que tiene para compartir con su familia. Todo para emitir un voto individual que no sentimos como decisivo en las elecciones. Que algunos tengamos la suerte de poder informarnos a cabalidad no significa que todos tendrían que hacerlo por igual.

En este contexto, discutir el voto obligatorio no está de más. Obligar a votar no hará que los ciudadanos se enganchen políticamente y el preocupante porcentaje de indecisos es prueba de ello. La participación política de la ciudadanía es clave, pero difícilmente se conseguirá a punta de multazos.