Una buena entrevista debe desnudar al entrevistado. Cada quien con su estilo, hay quienes gustan de confrontar al entrevistado, algunos gustan de llevarlo con la elegancia con la que un buen torero conduce a la fiera. No se trata de lograr el lucimiento de quien entrevista, ni es una confrontación de conocimientos donde quien entrevista termina dando lecciones al entrevistado. Quizás eso sea más a tono con ciertos estilos actuales, pero convierte a la entrevista en una confrontación de vanidades y de eso no se trata.

La entrevista otorgada por el presidente Humala el pasado lunes fue una muestra de lo primero. Sin presionarlo, Raúl Vargas llevó al Mandatario ahí donde se sentía confiado y nos permitió conocer (quizás lo propio sea decir que ratificar) las enormes limitaciones y carencias del Jefe de Estado. Hablaba mostrándonos un país idílico, que no es el que conocemos los peruanos, insistía en lo exitoso de su gobierno y no aceptaba la posibilidad del error. Incluso cuando Vargas le comentó como el poder lo había cambiado, sin pizca de humildad se mostró orgulloso de ello.

Profesa la fe del converso. Cree que no se debe ideologizar la economía, como que el hecho de ratificarse en el modelo económico no fuera en sí una decisión ideológica. Y repite que él es el Presidente de la República, en una innecesaria afirmación que nadie ha puesto en duda. Y no permite que se le planteen temas que considera menudos, como el de Belaunde Lossio.

“Hay que elevar el nivel”, afirmó, mostrándonos a un Presidente que está en otro nivel, cercano a las nubes.