¿Para qué crees que empuño la pluma? Esta vez no será como en el poema de Walt Whitman, para dar cuenta del barco de guerra majestuosamente diseñado, ni de los esplendores del pasado, ni para dar cuenta de dos hombres sencillos que el poeta ha visto en el muelle, entre el gentío, diciéndose adiós como hacen los amigos que se quieren.
No, no será este el caso. Empuño la pluma para cantar las desgracias que padecemos. ¡No es solo mi canto, es el canto quejoso de multitudes! Contemplamos el triste sometimiento voluntario de numerosas universidades al progresismo.
Con gran desconcierto, vemos a la jerarquía eclesiástica, más interesada en realizar análisis sociológicos a la luz de la Teología de la Liberación, que en trasmitir las sublimes enseñanzas de nuestro señor Jesucristo, y apoyarse en la sabiduría que brota de numerosas cartas encíclicas que conforman a su vez, el cuerpo de la doctrina social de la iglesia.
O una dirigencia política amorfa, sin una adecuada formación intelectual, incapaz de enderezar la acción política y sacarla del terreno pantanoso en que se encuentra. O un periodismo titubeante, que no persigue la verdad sino intereses. O un sistema judicial oxidado que parece haber olvidado su código deontológico.
Reitero, ¡no es solo mi canto, es el canto quejoso de multitudes! Algún entendimiento aturdido preguntará, ¿si los que gobiernan y ejercen altos cargos públicos, no surgen por generación espontánea, sino que se crían y maduran en una sociedad determinada, no es la sociedad entera la que ha contraído la infección de la inmoralidad? Me resisto a aceptarlo. Nuestro pueblo no está aniquilado. Aún brilla en la mirada de cada uno, el amor a la virtud, el amor a la patria.