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En nuestro país no hay día en que los congresistas no protagonicen escándalos y noticias negativas, generando rechazo su presencia entre la población, que hace tiempo perdió la confianza en ellos. Semanas atrás, saltó la noticia de un legislador implicado en el tráfico de influencias, direccionando proyectos que ejecutaría un alcalde. El acusado salió a decir que son campañas de desprestigio en su contra.

Posteriormente, casos de presunto acoso sexual y la irresponsabilidad de no reconocer a hijos en relaciones fuera de su matrimonio, también llamaron la atención. Temas como esos llenan primeras planas de diarios y tiempo amplio tanto en programas televisivos como radiales.

El ciudadano común y corriente siente hastío de sus gobernantes, y se pone a pensar si estos temas de escándalo tienen mayor relevancia que otros de interés nacional.

Lo único que queda es esperar que concluyan su tiempo en dichos cargos, e ingresen otros que valgan la pena.

El tema que predominó en los últimos siete días fue el referido a la semana de representación parlamentaria y que, lamentablemente, varios la convirtieron en una manera más para robar recursos públicos en beneficio propio. Es cierto, algunos cumplieron con los objetivos previstos para el uso de los dineros que reciben y participaron en actividades de acercamiento con la población. Ahora está en debate si se elimina o no dicho concepto, para desarrollar actividades como se venían realizando.

La semana de representación debe continuar, empero con mejor control de la agenda a cumplirse y así dichas autoridades no pierdan ese vínculo con quienes los eligieron.