Quizás la aspiración más alta que tenemos, como padres y maestros, es que los niños con los que trabajamos sean felices. A la vez, sabemos poco de lo que realmente hace felices a los niños, aunque, seguramente, podamos intuirlo. Gracias a la psicología positiva y humanista, hace un par de décadas se estudia mucho el tema de la felicidad en los adultos, buscando la correlación entre felicidad y temas como ingreso, empleo, familia, y demás. Sin embargo, se ha estudiado muy poco qué hace a los niños felices. Además, buena parte de las investigaciones son sobre qué tan felices somos, mas no sobre qué cosas, situaciones o relaciones nos hacen felices.
El resultado fue que los niños la tienen clara. Todos los niños priorizaron sus relaciones personales, sobre todo con sus familiares y sus mascotas. Cuando dudaban sobre un objeto, por ejemplo, un celular, terminaban vinculándolo a las relaciones (“el celular me permite estar conectada con mi familia, con mis amigos”).
Las presiones cotidianas de la vida y la velocidad que nos exige una sociedad hiperconectada e hiperestimulada nos hacen perder de vista lo verdaderamente importante. Aprendamos de los niños que ser felices es mucho más sencillo de lo que nos hacen creer las redes sociales. Tiene que ver con estar presentes y conectados emocionalmente entre nosotros.