Conviene recordar ahora, en medio del escrutinio que mantiene al país en vilo, que la democracia no es solo el ejercicio del voto durante una elección concreta. La democracia es mucho más que el proceso electoral en sí. Y esto la gente lo suele olvidar o simplemente lo desconoce. La democracia es poliarquía, Estado de Derecho y libertad en el sentido más pleno de la palabra. Democracia es respeto a los demás, frenos y contrapesos, equilibrio institucional. La democracia no es populismo, no es autoritarismo, jamás dictablanda y mucho menos dictadura. Democracia es convivencia y diálogo, cooperación y solidaridad, no imposición y división cainita. Democracia es unidad respetuosa en la diferencia, no sectarismo fratricida. Tampoco suicidio nacional.
Son claras las falencias de la democracia peruana. Pero con todos sus límites, a pesar de sus miserias, existe. Todavía existe. Ciertamente ha sido debilitada los últimos años, el Estado de Derecho fue violentado mediante la increíble judicialización de la política, Keiko Fujimori fue destruida sistemáticamente y lo que hoy vivimos es la crónica de una guerra civil anunciada. De aquellos polvos vienen estos lodos. Que nadie se rasgue las vestiduras porque al borde del abismo llegamos juntos, a empujones unos y de la mano otros.
Si la democracia existe, hay que defenderla con uñas y dientes. La otra opción, el autoritarismo, ha probado históricamente que solo produce miseria, destrucción, migración masiva, fractura sangrienta. Los países, como las personas, se suicidan. Los países, como las personas, se equivocan. Por eso la democracia va más allá del momento electoral. Es un proceso que busca la estabilidad, no un relámpago en las urnas. De lo contrario, silent leges inter arma.