Los lastres más mencionados en las últimas tres décadas en el país son la corrupción y la delincuencia. Y aunque ambas palabras llegan a confluir y hermanarse, nunca antes habíamos estado tan involucrados en estos males globales. El primero ataca con los pésimos políticos y el segundo, por las indecisiones.
Vamos, corrupción siempre ha habido y nos asquea. Sin embargo, quiero enfocarme en la inseguridad ciudadana, que ocasiona una muerta más violenta y genera pánico en la ciudad. Necesitamos que el comité de seguridad nacional aplique políticas verticales, y no que cada región vele sola por su bienestar.
Está comprobado que los gobiernos subnacionales no pueden solos hacerle frente a la delincuencia. No es por falta de presupuesto, sino porque las políticas contra el crimen se toman desde arriba. Patrullar las calles es un método que sólo sirve para justificar las compras de vehículos, pero no combate directamente el problema.
Tampoco es necesario que nuestro sistema de justicia salga de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ((CIDH) para volvernos más efectivos utilizando las armas. ¿Acaso creen que los policías y fiscales se volverán más diligentes? De ninguna manera. Menos pasa por tener más leyes, que las creamos todo el tiempo.
Se debería dotar de mayor inversión tecnológica para utilizarla contra el hampa. Crear laboratorios para el análisis del comportamiento criminal. Se necesita inteligencia en planes preventivos. Es urgente darles alternativas a los adolescentes para que no sea más tentador ser un extorsionador que un buen ciudadano.