El ejemplo de Miguel Grau es imperecedero. Iluminó e iluminará por siempre los tramos oscuros de nuestro futuro, tramos como éstos que vivimos y que son un nuevo reto para los patriotas. Sintámonos todos orgullosos herederos del hombre que en las circunstancias más adversas para el Perú, como fue la infausta Guerra del Salitre, defendió con su vida el honor nacional.

El descontento en el sur se explica por el abandono irresponsable durante dos siglos de la grandes mayorías por parte de quienes tuvieron el control del Estado. En este caldo de cultivo prospera hoy el ultraizquierdismo subversivo, no ajeno al terrorismo, y que no busca justicia de una forma racional (una modernización con justicia y oportunidades para todos), sino exacerbar el odio de clases para entronizar una dictadura comunista cuyos modelos signados por la pobreza y la opresión los vemos en Venezuela o Cuba.

Grau además de un héroe militar era un insigne demócrata, que nos recordará siempre que una nación debe ser libre de invasores extranjeros o tiranos nativos. Acaba de insinuarse un intento de invasión ideológica, que seguro tendrá luego otra forma, por parte del boliviano Evo Morales. Esto es simplemente inaceptable, pero la respuesta de nuestra Cancillería ha sido totalmente tibia.

Ha llegado a mis oídos que autoridades del gobierno boliviano dicen que “los puneños son bolivianos honorarios”. Fue eso o algo más grave dicho entre copas por políticos bolivianos a sus pares peruanos: “Ustedes, por sangre y cultura, son bolivianos y deben volver al seno de la ‘patria ancestral”. ¿Qué cosa?