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"No lo cante, no lo grite, no se abrace", reza una peculiar frase del famoso relator argentino Sebastián "el Pollo" Vignolo cuando busca graficar el ahogo del gol frustrado en la puerta del arco, la anotación que, a punto de concretarse, se desperdicia por los azares del fútbol. 

La recordamos en esta columna para referirnos al caso de Chile y a quienes buscan descorchar champanes y lanzar picapica por el supuesto fracaso del modelo neoliberal, capitalista y de centroderecha que en el vecino del sur ostentaba, hasta ahora, sin cuestionamientos ni vicisitudes. 

Según el Banco Mundial, Chile es el sexto país del planeta donde el 40% de su población más pobre ha mejorado económicamente más rápido. En el 2018, su PBI creció muy por encima del promedio en la región (3.9%) y el FMI considera que en el 2022 será el primer país en alcanzar un ingreso per cápita de $30 mil anuales, similar al de naciones de Europa como Hungría y Portugal.

Hay varias otras cifras que demuestran la solidez del modelo y que destacan la posición robusta de Chile en el pálido contexto latinoamericano: solo tiene a un 8.6% de su población en situación de pobreza, su último déficit fiscal fue de apenas 1.7% y su tasa estimada de desempleo roza el 7%. ¿Cómo entender entonces la cadena de estropicios, protestas y destrozos de un sector de la población? ¿Cómo interpretar esta apuesta por la anarquía? Si Chile no es el oasis que proclamaba Sebastián Piñera, ¿qué es entonces? Los análisis de este parteaguas en el devenir histórico de Chile deberán identificar las deficiencias de un modelo en construcción. 

Las fauces del consumismo deberán colocarse en una balanza, se tendrá que dirimir el contexto de la desigualdad y las expectativas frustradas, será necesario revisar las ostensibles falencias de la atención de la salud y la falta de acceso a una educación gratuita y de calidad. Los fundamentos de la institucionalidad, de la democracia representativa y de la moral pública tendrán que ser escrutados, los niveles de mercantilismo combatidos y se deberán corregir las insensibilidades imperceptibles en la vorágine de la macroeconomía, pero todo deberá apuntar a despejar el camino del cartabón trazado, a desinfectarlo, reconducirlo y allanarlo para que siga constituyéndose en la atalaya de las naciones, lejos, muy lejos del socialismo