“Es la guerra santa, idiotas”
“Es la guerra santa, idiotas”

Es la furibunda advertencia del intelectual español Arturo Pérez Reverte a raíz de los ataques terroristas en París. Si estamos frente a una guerra - sigue - debemos afrontarla como tal: “…que diablos vamos a negociar. Y con quién”, se pregunta. Recordando actitudes terminales de la civilización romana, afirma que “es contradictorio, peligroso, y hasta imposible, disfrutar de las ventajas de ser romano y al mismo tiempo aplaudir a los bárbaros”. Porque bárbaros son los terroristas que en nombre de cualquier fanatismo asesinan y esclavizan a hombres y mujeres, como en Medio Oriente o en Nigeria. “Es una guerra…Y la estamos perdiendo por nuestra estupidez. Sonriendo al enemigo”. “Europa, donde nació la libertad, es vieja, demagoga y cobarde; mientras que el Islam radical es joven, valiente, y tiene hambre, desesperación, y los cojones (…) muy puestos en su sitio”, protesta con hiriente lucidez.

Sufrimos las guerras contra la Libertad que, con mil pretextos, la Civilización Occidental evade. Que los islamistas se autoexcluyen porque son marginados, que una cultura superior no puede emplear las mismas armas, que los países víctimas no participan paritariamente en las acciones, que la agresión anticristiana debe enfrentarse con el diálogo, que la violencia solo engendra violencia, que la guerra de civilizaciones debe oponerse una alianza con las civilizaciones agresoras, en fin... Es obvio que no se escucha a los estrategas enemigos cuando dicen “utilizaré tu democracia para aniquilar la democracia” o “no conviene formar estados porque el terrorismo es una táctica más eficaz contra los estados”, según recomendaba Bin Laden.

El discurso sobre democracia solo hace sentido cuando tiene claro que el valor supremo que se defiende es la Libertad. Que la democracia es importante por ser el sistema político en que la Libertad del Ciudadano es respetada y garantizada por el Estado a través de un orden jurídico que la autoridad hace cumplir. Cuando la libertad y los derechos fundamentales de todos son atacados por fanáticos terroristas que se proclaman islámicos, los gobiernos de Occidente tienen la obligación imperiosa de defendernos con eficacia. Edward Snowden demostró que la privacidad es un mito cuando se trata de seguridad. Pero la realidad evidencia que la información acumulada por sofisticadas tecnologías no se utilizan debidamente. Sacrificar la intimidad de los ciudadanos para no defenderlos de morir en manos terroristas es una broma insoportablemente pesada e indignante.

Si el terrorismo es la III Guerra Mundial, como se afirma, los gobernantes occidentales deben pasar de la condena retórica al planeamiento concertado de una estrategia inteligente y adecuada a las características de un enemigo no convencional que busca las ventajas de la guerra asimétrica y la propagación selectiva del terror asesino.

Occidente tiene la obligación perentoria de vencer al oscurantismo de los fanáticos que atacan nuestra libertad y matan inocentes. Los musulmanes ya lo condenaron y se distanciaron de la perversión terrorista. No ha servido de mucho. El desafío pendiente es para las fuerzas de Occidente.