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Durante años, la selección peruana y su epopeya -casi imposible- hacia un Mundial de fútbol fueron el móvil de la emotividad nacional. Perú y su fracaso repetitivo y lacerante eran la representación misma de un fútbol local que lucía triste, descuidado e informal. Y de esa manera extraña de concebir la desdicha nos fuimos consolando cíclicamente en función a la coyuntura que se nos presentaba. Los bochornos de los clubes peruanos en torneos internacionales eran proporcionales a la congoja que cada cuatro años nos invadía en nuestras frustradas carreras hacia un nuevo Mundial. Nuestro fútbol no tenía solución y nada llegaba para arrancarnos de esa realidad.

Hoy, con la selección a poco de volver a jugar una Copa del Mundo luego de 36 años, ese remedo de hipótesis se nos desmoronó. Nos encontramos con un Perú aguerrido, autosuficiente y respetable, un producto del que disfrutamos, pero que nos cuesta terminar de reconocer. La costumbre del fracaso nos amainó el instinto de alegría plena y le buscamos peros a la fantasía real que nos toca vivir. Nos acostumbramos a la fe, a la credulidad sin destino y cuando la recompensa se nos posó sobre las manos, no tuvimos la capacidad para evitar que se nos filtre entre esos dedos en desuso. Aun así, nos dimos maña para intuir que con el resurgir de la Blanquirroja resurgía el fútbol patrio. Pero la verdad de nuestro fútbol es irrefutable, los dos más grandes equipos del país son manejados por administraciones temporales, ahogados en deudas. Y eso se llevó a las canchas y con mayor impacto en los torneos internacionales. Somos una vergüenza desde hace mucho.

Dos claros ejemplos son de los dos equipos más grandes de nuestro país. La “U” afronta una sanción que le impidió hacer contrataciones y se compromete con la baja. Alianza Lima es el peor equipo de su grupo en la Libertadores. El último campeón nacional perdió en casa ante Junior y lo más triste no fue la derrota, sino la manera en que cayó, jugando a nada, igual como campeonó el año pasado, logrando un título de un torneo pobre e insuficiente para llegar a la altura de la competición continental.

Así se llega a la lamentable conclusión de que la bicolor y su clasificación a Rusia 2018 es un accidente y no por la manera en cómo Perú clasifica, porque méritos hizo y de sobra, sino en el contexto en el que este logro se dio. Gareca echó mano de jugadores de un torneo que se desangra año tras año y eso de por sí ya es un mérito. Los involucró, los convenció de ser superiores a su contexto y la gran mayoría hoy juega fuera del país.

Lo de Perú no es casual, pero tampoco lo es su realidad doméstica, la misma que puede terminar torpedeando nuestro futuro y condenándonos a una nueva sequía de alegría que se antoje eterna.