Desde las elecciones en España del pasado 20 de diciembre de 2015, pasando por las fechas previstas en los primeros días de enero siguiente para concretar la investidura del nuevo presidente del gobierno, han pasado ya más de cuarenta días sin que se lo haya nombrado por el rey Felipe VI. La razón ha sido que las actuales cuatro fuerzas políticas más importantes que son el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) -ambas con gran protagonismo en la vida política española al restituirse la monarquía a la muerte de Franco- y los neófitos Podemos y Ciudadanos, recientemente aparecidos en la escena española, no han podido ponerse de acuerdo en sus posibilidades reales de negociación para lograr dicha investidura. La terquedad y la obsecuencia, y hasta el interés enceguecido en algunos líderes de estas agrupaciones, serían las principales causas que lo ha frustrado. Hasta ahora la idea de que “si no es para mí tampoco es para ti”, estaría prevaleciendo frente a los verdaderos objetivos de una España que sigue en stand by con un gobierno en funciones atado de manos que no puede hacer nada relevante en la gestión afectándose la gobernabilidad. Rajoy parece ser el más ducho en este ajedrez. Ha dado un paso al costado -pero no hacia atrás- propiciando que el rey voltee la mirada hacia el líder de PSOE, Pedro Sánchez, a quien le ha trasladado el pesado encargo de formar gobierno. Un riesgo total sobre todo cuando Pablo Iglesias, líder de Podemos, se ha mostrado duro y distante del PSOE por su falta de apoyo a la independencia de Cataluña. Rajoy, palanca de cambio en mano, puede terminar favorecido si Sánchez fracasa.