La firme voluntad de los gobiernos de Washington y La Habana, de lograr la consolidación de una relación bilateral reconstruida, sigue imparable. A la reapertura de las embajadas en ambos países y el retiro de Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo, ahora le sigue la decisión de establecer un acuerdo que permite la reapertura después de 50 años del transporte aerocomercial.

No se trata de un paso cualquiera. El fortalecimiento de la vinculación entre ambos Estados no puede quedar únicamente en el campo político. La gente quiere sentir y vivir el cambio de verdad. Llegar a la isla ha sido un problema desde los años sesenta. Eso ha comenzado a cambiar. El turismo será la primera señal de lo que trae este acuerdo innovador. Los vuelos comerciales se verán notablemente incrementados hasta ciento diez por día y entonces veremos a una Cuba distinta; sin embargo, aún queda pendiente el mayor y más importante proceso que es también el más álgido: el levantamiento del bloqueo económico que injustamente pesa sobre Cuba desde el rompimiento de las relaciones diplomáticas al año siguiente de la Revolución castrista.

Es verdad que el referido desbloqueo no depende de Obama, sino del Congreso dominado por los republicanos y también que, en lo que resta del mandato del presidente demócrata, no avanzará. Los cielos abiertos promoverán otra sensación a la relación y eso será bueno, pero insuficiente para que Cuba pueda desarrollarse. Se trata de un paso más por el que Obama será recordado al abandonar la tesis de la política exterior estadounidense que percibía a Cuba como el patio trasero de América Latina, volviéndolo, en cambio, la puerta de entrada a nuestra región.