En un reciente artículo publicado en el diario oficial Gramma, Fidel Castro, el otrora máximo líder de la Revolución Cubana del 1 de enero de 1959, ha dicho: “No necesitamos que el imperio nos regale nada”. Ha esperado que Barack Obama deje Cuba, a la que visitó por dos días hace tan poco tiempo, para que lance su descarga contra el sistema político-económico de los EE.UU. Fidel no dice la verdad. Cuba sí necesita de los EE.UU. y de manera urgente. Eso no es ningún pecado y decirlo no rompe el valor que hayan tenido los revolucionarios para marcar distancia respecto del régimen capitalista estadounidense. No creo que Washington quiera regalarle nada a La Habana como percibe Fidel, que es probable que lo vea de esa única manera, pues su país ha estado acostumbrado por años a recibir apoyo internacional, particularmente luego del bloqueo impuesto por EE.UU. Fidel se ha cuidado en todo momento de no aparecer junto a Obama para transmitir a su pueblo la idea de mítico e indoblegable líder histórico de la revolución y eso es muy comprensible. Lo que no está bien es que haya esperado que Obama parta para difundir su pensamiento y su posición, que por lo demás no tiene nada de novedoso. Los jóvenes de la Cuba de hoy están cansados de posiciones frontales de carácter ideológico como las que prevalecieron durante la Guerra Fría y apelan por un debate de propuestas más bien pragmático. Fidel, en esa visión, no encaja nada y eso es lo que en el fondo más le molesta. Castro sabe que las fuerzas se le van acabando y lo más crítico es que no quiere ser olvidado. Fidel está creando la idea en su gente de que “morirá en su ley” y busca desesperadamente dejar un legado.