La clara muestra que el Perú se ha convertido en un país errático y sin visos de un futuro mejor no solo son los hechos -como los ocurridos en el aeropuerto Jorge Chávez- sino la reacción del Estado ante esos hechos. A propósito, hace dos días un verdadero caos sucedió en el terminal aéreo más importante del país. Más de 200 vuelos fueron cancelados que debían llegar o salir del Callao porque se apagaron las luces de la pista de aterrizaje. “Fue un caso fortuito”, respondió el ministro de Transportes y Comunicaciones, Raúl Pérez Reyes, tratando de minimizar un problema que deja por los suelos la imagen del Perú.

Este incidente revela la baja calidad y la escasa capacidad de los miembros del gabinete, quienes, en momentos críticos, solo muestran desconcierto y confusión, agravando aún más la crisis. Un ciudadano en redes sociales expresó el sentir de muchos: “fortuito es que seas ministro”. Esta crítica no podría ser más acertada. La improvisación y la inoperancia del Gobierno para manejar este desafortunado suceso fueron alarmantes.

El caos del último domingo se debió a fallas en las instalaciones eléctricas internas del aeropuerto. La empresa estatal Corpac no tomó las precauciones necesarias para evitarlo. Es evidente que hubo negligencia, y lo más grave es que no se contaba con un plan de contingencia, como disponer de un grupo electrógeno que permitiera el funcionamiento continuo de la pista de aterrizaje. Además, la segunda pista, que según las autoridades estaba operativa, no se utilizó, lo cual es incomprensible y muestra una falta total de coordinación y previsión.

Estos errores no solo refuerzan la desconfianza de la gente en sus instituciones, sino que también incrementan sus temores sobre la seguridad y eficiencia del Estado. Miles de pasajeros peruanos quedaron abandonados a su suerte en diferentes aeropuertos del país, experimentando una sensación de inseguridad, incertidumbre y vulnerabilidad que lamentablemente se ha vuelto común para millones de compatriotas.

El incidente en el aeropuerto Jorge Chávez no es un hecho aislado, sino un síntoma de un problema mucho mayor. Refleja un país sin dirección clara, con autoridades incapaces de gestionar situaciones críticas de manera eficiente.