El Papa Francisco es el pontífice que más lejos ha llegado en la visión innovadora de la Iglesia sobre la homosexualidad. Acaba de decir que aquellos que lo son “tienen derecho a una familia…a una ley de convivencia civil” que los proteja legalmente.

No ha hablado de matrimonio, que exclusivamente corresponde a la unión de un varón y una mujer por el amor que se profesan para procrear hijos -o también adoptarlos- y formar a una familia. Ahora bien, no deberíamos sorprendernos pues es la consecuencia de su exhortación apostólica “Amoris Laetitia” (La alegría en el amor) de 2016, en que reiteró su abierta defensa de la comunidad LGTB al señalar que toda persona debe ser valorada a partir de su dignidad y no por sus tendencias sexuales.

Antes, Bergoglio ya había dicho con firmeza respecto de los homosexuales -personas varones o mujeres atraídos sexualmente por otras de su mismo sexo-, que no puede crearse una carga de discriminaciones y rechazos, que son propias de las sociedades retrógradas y obsoletas, por muchos años gobernadas por los prejuicios y la intolerancia.

A la Iglesia le ha costado y mucho dar un giro relevante sobre su percepción de los homosexuales. Si manejamos una categoría axiológica, para nadie es un secreto que existen muchos heterosexuales completamente inmorales, y en cambio, hay homosexuales que tienen una conducta intachable. Esa es la verdad.

El ecumenismo de la Iglesia nos enseña que por la misericordia de Dios, que es el amor y gracia divinas –estoy usando categorías del pensamiento social de la Iglesia y de su magisterio vistos en su acto interpretativo contemporáneo-, todos los hombres de buena voluntad, sean heterosexuales u homosexuales, alcanzarán la gloria del Reino de Dios.

Esto último es extraordinario y tira al tacho las percepciones negativas que sobre estas personas la sociedad por largo tiempo postergó. Seamos claros, la homosexualidad es un estado de naturaleza y esa realidad debe ser respetada. Algunos nacen con una carga somática y otros lo son por conducta adquirida y por cualquiera de esas razones, nadie debe rechazarla.